Por el
Dr. Norbert-Bertrand Barbe
"Nicaragua c'est Managua, la
ville
Il reste encore une rafale, un signe
Une blessure sur le futur, fragile
Palais d?serts, des aigles en pierre se signent
Quand la mémoire écrit l'histoire latine
Nicaragua
Vivre?, survivre?, aimer?
Sans trop savoir si c'est possible
De vivre?, survivre?, rester?
Presque en exil, comme sur une île"
Il reste encore une rafale, un signe
Une blessure sur le futur, fragile
Palais d?serts, des aigles en pierre se signent
Quand la mémoire écrit l'histoire latine
Nicaragua
Vivre?, survivre?, aimer?
Sans trop savoir si c'est possible
De vivre?, survivre?, rester?
Presque en exil, comme sur une île"
(Bernard Lavilliers, "Nicaragua",
If, 1988)
1. La ciudad y sus nombres
La cuestión de la nomenclatura de
las ciudades nicaragüenses es un caso importante, aunque poco estudiado.
Tiene como primer impacto el revelar
una posición acerca de la ciudad como conjunto humano y como tejido urbano: ahí
donde, en la mayoría de los países, se describen las calles por su nombre, en
general asociado a un personaje sobresaliente cultural o político, para el país
(en las principales ciudades) o para la región (en las de mediana y pequeña
importancia), y por los números, que permiten ubicar, dentro de cada calle, el
edificio y la persona, en Nicaragua, en particular en la zona Pacífica de las
ciudades principales: la capital y las cabeceras departamentales, la ubicación
se hace en base, no a un sistema organizado de número y calles, que tenía al
menos el casco urbano reducido de la vieja Managua, sino por referencia a
lugares existentes o desaparecidos.
Las calles llevan nombres, no
siempre indicado en sus esquinas o ninguna parte visible, y algunos edificios
tienen restos de números de los que no se sabe muy bien cómo les fueron
atribuidos. Pero los ejemplos de ambas cosas son escasos.
En Masaya, hallamos, en la Calle del
Calvario algunas casas con número, y la avenida entre San Miguel y el Calvario
tiene un nombre, que nadie usa.
Mejor ejemplo aún, el Paseo Europeo,
principal arteria de la actual Managua, es conocido por todos como la Carretera
Masaya, dirigiéndose hacia esta ciudad, y es probable que si se le pide a un
taxista llevarnos al Paseo Europeo, no sabrá dónde ubicarlo, mientras conocerá
de sobra la misma calle, por su nombre de uso.
2. La ciudad y su cultura
Es notable que la cultura nacional
se enfoque en unos cuantos símbolos, por lo que no ofrece suficientes modelos
como para poner sobre placas de marmol o de bronce.
Lo que se valora y enumera son todos
los mártires de una u otra guerra. Lo que plantea la disyuntiva del
reconocimiento, u bien de la ausencia de identidad nacional, ya que lo propio
del mártir es morir sin dejar legado alguno.
No valoramos nuestros creadores,
nuestros científicos, que no los hay, nuestros escritores, pintores,
escultores, músicos, los que dejaron huella y rastro, porque simplemente
nuestra cultura, al paso que se hace, desaparece. No hay biblioteca donde
respaldar la herencia pasada, tampoco que librerías o editoriales donde
comprarla, no hay museo, y las galerías son lugares de alquiler, no hay teatro,
salvo el Teatro Nacional, también al alquiler, por ende no hay representaciones.
Vivimos de engaño: hablamos del Güegüence como fuente y punto de partida
de nuestra cultura, pero El Güegüence
no se da ni se actúa en ninguna parte. Se bailan algunos de sus sones, sin
precisión histórica, según como lo entienden los que nunca lo estudiaron.
Se crean, por ende, ubicaciones
fantasiosas, referidas a la botánica: "en
el chilamate", "del
arbolito", etc., a lugares desaparecidos: "de donde era antes la Vicky", o posiblemente efímeros: "de la farmacia Estrella Roja",
"Del Banpro", etc.
A como nacen urbanizaciones sin ton
ni son, y a como surgen y desaparecen negocios, no hay, lo que es cierto a
nivel urbano tiene consecuencias a nivel de referenciación, planificación, por
ende no hay registro de lo que se hace, se deshace, se crea o se pierde.
Ninguna de las diversificadas
administraciones municipales: registro, catastro, alcaldía, etc., ni ninguno de
sus servicios tiene un registro real y completo de los edificios construidos,
incluyendo sus modificaciones y sus consecutivos dueños. Por lo que sería
imposible hacer una historia fehaciente de la arquitectura nacional, mucho
menos, por consecuencia, de la ciudad nacional.
3. La ciudad y su territorio
Como no hay número en las calles que
tampoco tienen nombre, varias tiendas u oficinas comparten a menudo la misma
dirección, aunque sin estar exactamente en el mismo edificio: si se dice "Donde fue la Vicky", estamos
hablando de una cuadra entera, donde se ubican una veintena de edificios. Todos
con la exacta misma dirección.
Como no hay forma de ubicar los
lugares, es poco probable que llegue correo. Como tampoco hay una actividad
nacional importante, las oficinas de correo son escasas, y tienen, a su vez,
poca actividad. Tampoco podrían, por la carencia de nomenclatura urbana, operar
con facilidad y lógica.
La ausencia de actividad en el país,
como la ausencia de necesidad, por ende, de nomenclatura (el turista no puede
saber donde está en Managua, o ninguna otra ciudad, porque no existe mapa, es
decir que tampoco hay, como en las otras ciudades, mapas a los que referirse
dentro de la ciudad para ubicarse geográficamente en ella), hace que todo sea
privado. Las revistas de información de actividades culturales son medios
privados que viven de la publicidad. La guía telefónica es también privada, por
lo que la mayoría de los profesionales (en todos los ámbitos), por carecer
muchas veces de los medios para pagar un año de "publicación" en dicho medio, no aparecen.
Como no hay ninguna instancia
topográfica, ni nacional ni municipal, como no hay sistema de referenciación
público, los mapas que se tienen son pocos precisos, y hechos afuera. No sólo
las zonas más alejadas (como Bozawas por ejemplo) carecen de mapas, sino la
propia capital.
4. Conclusión
Hay dos valores fundamentales que,
aparentemente deslizcados, repercutan en la desaparición del mapa ideológico,
sensitivo (es decir, emocional) y lógico (es decir, normativo), de nuestras
ciudades del mapa nacional e internacional, en los que nunca tampoco
aparecieron (revisamos los mapas de los principales países del mundo,
tratándose de un conjunto de 60 libros, publicado en 2012 por el National
Geographic en su revista Historia, no
aparece Nicaragua):
- La
falta de cultura que promueva y permita la elaboración de mapas
ideológicos de nuestros lugares (donde vivió el gran escritor, donde murió
el famoso pintor,...); por lo que no tenemos reconocimiento de nosotros
más allá del suelo que pisamos, pero no nos transportamos entre lugares a
su historia o vivencia, ya que no tienen (no hay, y la poca que hay no se
hay elaborado);
- La
absoluta privatización de la memoria y de los lugares como vestigios de
nosotros en manos de organismos que no tienen interés en difundir lo que
no produce ganancia inmediata, por lo que nos encontramos en un círculo
vicioso, en el que lo que no hay no se crea, asumiendo que nunca debe
existir, ya que nadie lo pide, y porque además nadie paga por ello, así
que impide toda forma de desarrollo. Concretamente, de la misma manera que
no se ubican mayor número de basureros en la ciudad, pero se pide al
ciudadano mantener la ciudad limpia, y con dinero de afuera se hacen
grandes campañas publicitarias para ello (el discurso moral: campañas que
satisfacen, porque son visibles, las ONGs que deben justificar el dinero
anual que se les da, y las instituciones nacionales que deben justificar
ante las ONGs algún tipo de actividad social, sustituyéndose a la
aplicación real de una orientación moral: poner basureros con el dinero
que se gasta en publicidades sin sentido), no hay guía telefónica (que
quiénes somos, de lo que hacemos) ni mapas de nuestras ciudades, por lo
que, dedicándose los sucesivos gobiernos al sueño de la lechera de la
posible amplificación del turismo, seguimos sin posibilidad por el público
internacional eventualmente interesado en nuestro país de ubicarse y
dirigirse en él, al igual que con cortes de agua y de luz que lo hacen un
destino poco recomendable. Lógica ilógica.
Por
lo que, como Jean Ferrat (en su canción "Le Fantôme" de 1975) se decía de la televisión, nosotros
seguimos siendo fantasmas en una ciudad de recorridos en los que, como en una
sórdida parodia (idéntica a la imagen psicoanálitica del Pueblo en The Prisoner de 1967-1968 de Patrick
McGoohan, reducida a sus símbolos: el mar, la montaña, sin nombres algunos),
sólo los puntos cardenales (el "Lago",
que es a un Norte aproximativo, "Arriba"
que es el Este y "Abajo" el
Oeste, y el Sur) definen una ciudad que ya no existe y parece no redimirse de
su inexistencia. Como lo escribe Nathalie Besse de la novela Un sol sobre Managua (Managua, Hispamer,
1998) de Erick Aguirre ("Un sol
sobre Managua, de Erick Aguirre o las
mil y una muertes de una ciudad",
http://erickaguirre.blogspot.com/2011/08/un-sol-sobre-managua-de-erick-aguirre-o.html):
"Un sol sobre Managua describe una ciudad que parece ya no existir, una
ciudad destruida y vuelta a destruir, como si la geografía y la Historia se
hubiesen encarnizado en Managua. Una geografía inhóspita, de «crueles y
sórdidos paisajes» (31), la rodea y la constituye, sea ese «lago fecal» (255),
que asocia un elemento tan purificador y fértil como el agua con lo sucio y
malsano; sea el altivo y grandioso volcán Momotombo, «protagonista y testigo de
seculares desgracias, de éxodos y cataclismos…» (31), lo cual hace eco a la
frase «se repiten infinitamente las guerras, los terremotos, las erupciones
volcánicas» (18), como si la muerte y la desgracia en Managua fuesen ley de
Historia.
Es
mediante la memoria de don Evenor Salinas, abuelo de Vargas —siendo este último
una suerte de alter ego de Erick Aguirre— que tenemos informaciones acerca del
terremoto de 1931 que arrasó la ciudad. Mientras ésta estaba muriéndose, los
marines norteamericanos, que la “remataban” encendiendo el fuego, gritaban como
si se tratase de una victoria: «“¡Managua finish, Managua finish!”» (55), es
decir Managua muerta. De hecho, es la imagen de la putrefacción la que define
la Managua posterremoto de 1931: «El cadáver de una ciudad que se descompone
junto a su fosa abierta» (255). En 1972, se impondrá otra metáfora mortífera:
la de las tinieblas.
23 de
diciembre de 1972: otro sismo devastador hunde a Managua en la oscuridad.
Valiéndose de la intertextualidad, Un sol sobre Managua se inspira en la obra
de Pedro Joaquín Chamorro, Richter 7, para recordar lo que pareció ser la
última noche de la ciudad, «una historia de horror» (63):
Después
de una monstruosa convulsión de treinta segundos, Managua dejó de existir
temporalmente. Las horas y los días que siguieron a esa agonía brutal, la misma
defunción de la ciudad […] había desaparecido del mapa con tan espantosa
celeridad. […] la destrucción, el incendio, el pillaje, el éxodo y la muerte de
Managua (63).
Llama la
atención el número de términos —el subrayado es nuestro— que anuncian la muerte
definitiva de Managua. Asimismo, la narración nos ofrece una paronomasia
elocuente: «El terremoto fue el te remato» (256); sin olvidar: «La frase “se
acabó Managua”, empezó a decirse con profunda emoción […] y un espantoso
sentimiento de que ya no había nada que hacer…» se apoderó de los
supervivientes (71) precisamente sumidos en la nada —«en segundos, todo se
había convertido en nada» (68), o bien «ya no quedaba nada… nada. Solo
desolación y muerte…» (74)—. Los managuas se encontraron de nuevo sin puntos de
referencia, «desorientados» (57), postrados por el trauma después de aquella
catástrofe también asimilada a un náufrago a juzgar por el título del capítulo
«La ciudad a pique» (59), una ciudad que se ha hundido, que sólo es “restos”
como sólo era en 1931 «escombros» o «ruinas»."