martes, 8 de abril de 2014







Nomenclatura para la Ciudad Fantasma

Por el Dr. Norbert-Bertrand Barbe


"Nicaragua c'est Managua, la ville
Il reste encore une rafale, un signe
Une blessure sur le futur, fragile
Palais d?serts, des aigles en pierre se signent
Quand la mémoire écrit l'histoire latine

Nicaragua

Vivre?, survivre?, aimer?
Sans trop savoir si c'est possible
De vivre?, survivre?, rester?
Presque en exil, comme sur une île
"
(Bernard Lavilliers, "Nicaragua", If, 1988)

1. La ciudad y sus nombres
            La cuestión de la nomenclatura de las ciudades nicaragüenses es un caso importante, aunque poco estudiado.
            Tiene como primer impacto el revelar una posición acerca de la ciudad como conjunto humano y como tejido urbano: ahí donde, en la mayoría de los países, se describen las calles por su nombre, en general asociado a un personaje sobresaliente cultural o político, para el país (en las principales ciudades) o para la región (en las de mediana y pequeña importancia), y por los números, que permiten ubicar, dentro de cada calle, el edificio y la persona, en Nicaragua, en particular en la zona Pacífica de las ciudades principales: la capital y las cabeceras departamentales, la ubicación se hace en base, no a un sistema organizado de número y calles, que tenía al menos el casco urbano reducido de la vieja Managua, sino por referencia a lugares existentes o desaparecidos.
            Las calles llevan nombres, no siempre indicado en sus esquinas o ninguna parte visible, y algunos edificios tienen restos de números de los que no se sabe muy bien cómo les fueron atribuidos. Pero los ejemplos de ambas cosas son escasos.
            En Masaya, hallamos, en la Calle del Calvario algunas casas con número, y la avenida entre San Miguel y el Calvario tiene un nombre, que nadie usa.
            Mejor ejemplo aún, el Paseo Europeo, principal arteria de la actual Managua, es conocido por todos como la Carretera Masaya, dirigiéndose hacia esta ciudad, y es probable que si se le pide a un taxista llevarnos al Paseo Europeo, no sabrá dónde ubicarlo, mientras conocerá de sobra la misma calle, por su nombre de uso.

2. La ciudad y su cultura
            Es notable que la cultura nacional se enfoque en unos cuantos símbolos, por lo que no ofrece suficientes modelos como para poner sobre placas de marmol o de bronce.
            Lo que se valora y enumera son todos los mártires de una u otra guerra. Lo que plantea la disyuntiva del reconocimiento, u bien de la ausencia de identidad nacional, ya que lo propio del mártir es morir sin dejar legado alguno.
            No valoramos nuestros creadores, nuestros científicos, que no los hay, nuestros escritores, pintores, escultores, músicos, los que dejaron huella y rastro, porque simplemente nuestra cultura, al paso que se hace, desaparece. No hay biblioteca donde respaldar la herencia pasada, tampoco que librerías o editoriales donde comprarla, no hay museo, y las galerías son lugares de alquiler, no hay teatro, salvo el Teatro Nacional, también al alquiler, por ende no hay representaciones.
            Vivimos de engaño: hablamos del Güegüence como fuente y punto de partida de nuestra cultura, pero El Güegüence no se da ni se actúa en ninguna parte. Se bailan algunos de sus sones, sin precisión histórica, según como lo entienden los que nunca lo estudiaron.
            Se crean, por ende, ubicaciones fantasiosas, referidas a la botánica: "en el chilamate", "del arbolito", etc., a lugares desaparecidos: "de donde era antes la Vicky", o posiblemente efímeros: "de la farmacia Estrella Roja", "Del Banpro", etc.
            A como nacen urbanizaciones sin ton ni son, y a como surgen y desaparecen negocios, no hay, lo que es cierto a nivel urbano tiene consecuencias a nivel de referenciación, planificación, por ende no hay registro de lo que se hace, se deshace, se crea o se pierde.
            Ninguna de las diversificadas administraciones municipales: registro, catastro, alcaldía, etc., ni ninguno de sus servicios tiene un registro real y completo de los edificios construidos, incluyendo sus modificaciones y sus consecutivos dueños. Por lo que sería imposible hacer una historia fehaciente de la arquitectura nacional, mucho menos, por consecuencia, de la ciudad nacional.

3. La ciudad y su territorio
            Como no hay número en las calles que tampoco tienen nombre, varias tiendas u oficinas comparten a menudo la misma dirección, aunque sin estar exactamente en el mismo edificio: si se dice "Donde fue la Vicky", estamos hablando de una cuadra entera, donde se ubican una veintena de edificios. Todos con la exacta misma dirección.
            Como no hay forma de ubicar los lugares, es poco probable que llegue correo. Como tampoco hay una actividad nacional importante, las oficinas de correo son escasas, y tienen, a su vez, poca actividad. Tampoco podrían, por la carencia de nomenclatura urbana, operar con facilidad y lógica.
            La ausencia de actividad en el país, como la ausencia de necesidad, por ende, de nomenclatura (el turista no puede saber donde está en Managua, o ninguna otra ciudad, porque no existe mapa, es decir que tampoco hay, como en las otras ciudades, mapas a los que referirse dentro de la ciudad para ubicarse geográficamente en ella), hace que todo sea privado. Las revistas de información de actividades culturales son medios privados que viven de la publicidad. La guía telefónica es también privada, por lo que la mayoría de los profesionales (en todos los ámbitos), por carecer muchas veces de los medios para pagar un año de "publicación" en dicho medio, no aparecen.
            Como no hay ninguna instancia topográfica, ni nacional ni municipal, como no hay sistema de referenciación público, los mapas que se tienen son pocos precisos, y hechos afuera. No sólo las zonas más alejadas (como Bozawas por ejemplo) carecen de mapas, sino la propia capital.

4. Conclusión
            Hay dos valores fundamentales que, aparentemente deslizcados, repercutan en la desaparición del mapa ideológico, sensitivo (es decir, emocional) y lógico (es decir, normativo), de nuestras ciudades del mapa nacional e internacional, en los que nunca tampoco aparecieron (revisamos los mapas de los principales países del mundo, tratándose de un conjunto de 60 libros, publicado en 2012 por el National Geographic en su revista Historia, no aparece Nicaragua):
  1. La falta de cultura que promueva y permita la elaboración de mapas ideológicos de nuestros lugares (donde vivió el gran escritor, donde murió el famoso pintor,...); por lo que no tenemos reconocimiento de nosotros más allá del suelo que pisamos, pero no nos transportamos entre lugares a su historia o vivencia, ya que no tienen (no hay, y la poca que hay no se hay elaborado);
  2. La absoluta privatización de la memoria y de los lugares como vestigios de nosotros en manos de organismos que no tienen interés en difundir lo que no produce ganancia inmediata, por lo que nos encontramos en un círculo vicioso, en el que lo que no hay no se crea, asumiendo que nunca debe existir, ya que nadie lo pide, y porque además nadie paga por ello, así que impide toda forma de desarrollo. Concretamente, de la misma manera que no se ubican mayor número de basureros en la ciudad, pero se pide al ciudadano mantener la ciudad limpia, y con dinero de afuera se hacen grandes campañas publicitarias para ello (el discurso moral: campañas que satisfacen, porque son visibles, las ONGs que deben justificar el dinero anual que se les da, y las instituciones nacionales que deben justificar ante las ONGs algún tipo de actividad social, sustituyéndose a la aplicación real de una orientación moral: poner basureros con el dinero que se gasta en publicidades sin sentido), no hay guía telefónica (que quiénes somos, de lo que hacemos) ni mapas de nuestras ciudades, por lo que, dedicándose los sucesivos gobiernos al sueño de la lechera de la posible amplificación del turismo, seguimos sin posibilidad por el público internacional eventualmente interesado en nuestro país de ubicarse y dirigirse en él, al igual que con cortes de agua y de luz que lo hacen un destino poco recomendable. Lógica ilógica.
           
            Por lo que, como Jean Ferrat (en su canción "Le Fantôme" de 1975) se decía de la televisión, nosotros seguimos siendo fantasmas en una ciudad de recorridos en los que, como en una sórdida parodia (idéntica a la imagen psicoanálitica del Pueblo en The Prisoner de 1967-1968 de Patrick McGoohan, reducida a sus símbolos: el mar, la montaña, sin nombres algunos), sólo los puntos cardenales (el "Lago", que es a un Norte aproximativo, "Arriba" que es el Este y "Abajo" el Oeste, y el Sur) definen una ciudad que ya no existe y parece no redimirse de su inexistencia. Como lo escribe Nathalie Besse de la novela Un sol sobre Managua (Managua, Hispamer, 1998) de Erick Aguirre ("Un sol sobre Managua, de Erick Aguirre o las mil y una muertes de una ciudad", http://erickaguirre.blogspot.com/2011/08/un-sol-sobre-managua-de-erick-aguirre-o.html):

"Un sol sobre Managua describe una ciudad que parece ya no existir, una ciudad destruida y vuelta a destruir, como si la geografía y la Historia se hubiesen encarnizado en Managua. Una geografía inhóspita, de «crueles y sórdidos paisajes» (31), la rodea y la constituye, sea ese «lago fecal» (255), que asocia un elemento tan purificador y fértil como el agua con lo sucio y malsano; sea el altivo y grandioso volcán Momotombo, «protagonista y testigo de seculares desgracias, de éxodos y cataclismos…» (31), lo cual hace eco a la frase «se repiten infinitamente las guerras, los terremotos, las erupciones volcánicas» (18), como si la muerte y la desgracia en Managua fuesen ley de Historia. 
Es mediante la memoria de don Evenor Salinas, abuelo de Vargas —siendo este último una suerte de alter ego de Erick Aguirre— que tenemos informaciones acerca del terremoto de 1931 que arrasó la ciudad. Mientras ésta estaba muriéndose, los marines norteamericanos, que la “remataban” encendiendo el fuego, gritaban como si se tratase de una victoria: «“¡Managua finish, Managua finish!”» (55), es decir Managua muerta. De hecho, es la imagen de la putrefacción la que define la Managua posterremoto de 1931: «El cadáver de una ciudad que se descompone junto a su fosa abierta» (255). En 1972, se impondrá otra metáfora mortífera: la de las tinieblas. 
23 de diciembre de 1972: otro sismo devastador hunde a Managua en la oscuridad. Valiéndose de la intertextualidad, Un sol sobre Managua se inspira en la obra de Pedro Joaquín Chamorro, Richter 7, para recordar lo que pareció ser la última noche de la ciudad, «una historia de horror» (63): 
Después de una monstruosa convulsión de treinta segundos, Managua dejó de existir temporalmente. Las horas y los días que siguieron a esa agonía brutal, la misma defunción de la ciudad […] había desaparecido del mapa con tan espantosa celeridad. […] la destrucción, el incendio, el pillaje, el éxodo y la muerte de Managua (63). 
Llama la atención el número de términos —el subrayado es nuestro— que anuncian la muerte definitiva de Managua. Asimismo, la narración nos ofrece una paronomasia elocuente: «El terremoto fue el te remato» (256); sin olvidar: «La frase “se acabó Managua”, empezó a decirse con profunda emoción […] y un espantoso sentimiento de que ya no había nada que hacer…» se apoderó de los supervivientes (71) precisamente sumidos en la nada —«en segundos, todo se había convertido en nada» (68), o bien «ya no quedaba nada… nada. Solo desolación y muerte…» (74)—. Los managuas se encontraron de nuevo sin puntos de referencia, «desorientados» (57), postrados por el trauma después de aquella catástrofe también asimilada a un náufrago a juzgar por el título del capítulo «La ciudad a pique» (59), una ciudad que se ha hundido, que sólo es “restos” como sólo era en 1931 «escombros» o «ruinas»."










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